SUICIDIO EN LA ADOLESCENSIA
POR: DARWIN ENRIQUE CASTILLO CHI
1ERO B LIC. EN PSICOLOGIA
UNIVERSIDAD AUTONOMA DE CAMPECHE
REF:ACT012_PSICOB
Los
suicidios y las tentativas de suicidio constituyen un problema grave de salud
pública que comprende cuestiones características de la adolescencia. En efecto,
cuestiones como el pasaje al acto, la impulsividad, el problema de la muerte,
la depresión, el ataque al propio cuerpo y al marco familiar, son inherentes a
este período de la vida denominado adolescencia; concepto que hay que
interpretar no sólo en clave neurobiológica sino, y esto es quizá más
relevante, en clave psicosocial. Esto es así en la medida en que la
adolescencia, a diferencia de la pubertad, no es ajena al marco histórico y
social en el que se desarrolla, en consecuencia, la adolescencia pone en tela
de juicio lo social y amenaza con crear un conflicto de generaciones.
La
problemática del suicidio y del intento de suicidio en la población adolescente
no es tampoco ajena a la crisis que acompaña, de manera indefectible, a este
período de la vida de todo sujeto. Esta crisis debe entenderse bajo dos
aspectos. En primer lugar, la crisis del adolescente comporta el momento en el
que habrá de decidir su futuro, y ello en diversas áreas de la vida: labora,
formativa, afectiva, etc. En segundo lugar, la crisis de la adolescencia supone
el momento en el que la neurosis más o menos latente del sujeto se declara con
cierta violencia o cierta urgencia Esto,
además, puede complicarse en aquellos sujetos con una estructura psicótica que
puede haber permanecido silenciosa durante la infancia pero mostrarse con toda
crudeza a partir de la pubertad.
Momento
de elegir, momento de urgencia, ambas circunstancias colocan al adolescente
ante una nueva situación que le obligan a poner en marcha todo un conjunto de
mecanismos defensivos. Sin embargo, esos mecanismos no siempre se dan o bien
resultan insuficientes para resolver la crisis de manera satisfactoria.
El
suicidio y el intento de suicidio constituyen las manifestaciones dramáticas
del fracaso del sujeto adolescente al enfrentarse con ese nuevo mundo. En otras
ocasiones, el momento de la adolescencia comporta la puesta en marcha, el
inicio de un trastorno mental grave, por ejemplo, una psicosis esquizofrénica.
Así, se ha señalado por parte de algunos autores que cierto número de
esquizofrenias son la culminación de crisis de la adolescencia que han sido
impedidas, no resueltas. Sin embargo, nos equivocaríamos si pensáramos que
ambos fenómenos, el suicidio y la tentativa de suicidio, por un lado; y los
trastornos mentales, por otro, se pueden tratar de manera independiente, como
si no tuvieran ninguna relación entre sí. Nada más lejos de la realidad, el
suicidio y la tentativa de suicidio no son diagnósticos psiquiátricos, sino más
bien síntomas psiquiátricos, esto es, elementos sígnicos de trastornos
mentales. Suicidio y tentativa de suicidio pueden formar parte de diversos
trastornos mentales, como se señalará más adelante; es lo que ocurre en los
casos de depresión mayor y de psicosis esquizofrénica, entre otros.
Por
otro lado, los suicidios y los intentos de suicidio son fenómenos no ajenos a
los marcos sociales en los que acontecen. Dichos marcos constituyen los
factores sociales implicados, esto es, actúan como elementos que pueden
favorecer la emergencia de comportamientos suicidas en tanto el sujeto
posmoderno se enfrenta a un proyecto colectivo en el que naufragan muchas
vidas, al verse traídas y llevadas por un vivir carente de sentido
Finalmente,
conviene resaltar que la idea de la muerte forma parte de la adolescencia; es
consustancial al trabajo de subjetivación que lleva al sujeto a pensarse como
tal, diferente de los demás, y a pensar acerca de sus pensamientos, es decir,
acerca del sentido de los mismos. Esta elaboración ocupa a muchos adolescentes
y les lleva, más tarde o más temprano, a preguntarse sobre el sentido de la
vida. El enfrentamiento con la muerte se vincula con las pérdidas que supone la
metamorfosis sexual: pérdida de la imagen de sí mismo, pérdida de la imagen de
niño ideal, pérdida de los padres como sustento del ideal del yo infantil.
La
muerte, por tanto, es algo que ocupa el pensamiento de los adolescentes, sin
embargo, no todos piensan en morir ni en suicidarse. Es aquí donde incidirán
los factores individuales y sociales, factores que se deben interpretar, en
preciso decirlo, en términos de facilitadores, pero no determinantes.
La
palabra suicidio deriva del latín y se compone de dos términos: sui, de si mismo,
y caedere, matar. Por tanto: matarse a si mismo. Las expresiones suicidio e
intento de suicidio se refieren al deseo de buscar la muerte, que en el primer
caso se consigue y en el segundo no.Sin embargo, las cosas no son tan simples
en la realidad. En ocasiones, existen intentos de suicidio en los que la muerte
no se ha consumado por casualidad. En cambio, en otros casos la muerte ni se
buscaba ni se pretendía remotamente.
En
general, la conducta suicida tiene un carácter episódico, aunque no deben olvidarse
aquellos casos en los que la conducta suicida tiene un carácter recidivante. Un
episodio de ideación o acción suicida puede ser agudo y breve, o bien puede
durar varias horas o días. En general, ello dependerá de los factores
psicopatológicos implicados. Así, por ejemplo, un episodio de tentativa suicida
en un sujeto melancólico puede durar varios días ya que es la consecuencia de
una ideación delirante de indignidad que persiste en el tiempo. En otros casos,
como un trastorno adaptativo, la acción suicida tendrá una duración más breve
ya que se trata de un acto fuertemente reactivo.
La
ideación suicida consiste en pensamientos de matarse, planes sobre las
circunstancias (dónde, cuándo, cómo) así como pensamientos sobre el posible
impacto del propio suicidio en los demás. Se trata de un fenómeno frecuente en
población adolescente cuya gravedad y significación requieren de un adecuado
entrenamiento por parte del profesional.
Suicidio consumado
El
suicidio consumado suele producirse más a menudo en los últimos años de la
adolescencia. En muchos países industrializados, el suicidio es la segunda
causa de muerte en población de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años,
siendo la primera los accidentes de circulación. Se ha señalado que en los
niños y adolescentes las tasas de suicidios aumentaron entre los años 1979 y
1992, pero disminuyeron entre los años 1998 y 1999. En Francia, el 7,9% del
conjunto de fallecimientos por suicidio afectaba a jóvenes de edades
comprendidas entre los 15 y los 24 años. La mortalidad media por suicidio en
dicho período de edad es de 7,7 por 100.000; en Estados Unidos, es de 1,5 por
100.000 a los 10-14 años y de 8,2 por 100.000 a los 15-19 años. La relación por
sexos es de 8 varones por dos chicas. Los métodos usados tienen un fuerte
potencial letal: ahorcamiento, armas de fuego, defenestración.La relación de
los actos suicidas (suicidios consumados) con los trastornos psicopatológicos
es muy clara. Así, en un estudio realizado en 1991 se pudo establecer que sobre
53 suicidios de adolescentes de 13-19 años, un 94% presentaba algún tipo de
trastorno psiquiátrico. Desglosando por categorías diagnósticas se obtuvieron
los siguientes datos: 51% tenían depresión; 26% alcoholismo y un 21% tenían
trastornos adaptativos. Además, uno de cada 3 suicidados presentaba un
trastorno de la personalidad. De ello se infiere la importante correlación
existente entre actos suicidas y trastornos mentales. De éstos, los estados
depresivos (depresión mayor, trastorno adaptativo depresivo) resultan los más
importantes. Debe destacarse, sin embargo, la circunstancia de que una
proporción considerable de los adolescentes que se suicidaron no habían
recibido ningún tipo de atención psicológica antes del acto.
Se
ha constatado, además que el suicidio consumado puede producirse, entre jóvenes
que ya tenían tendencias suicidas, a partir de tener conocimiento del suicidio
de otra persona. El tratamiento que dan actualmente los medios de comunicación
a los actos suicidas puede, en ocasiones, no ser el más adecuado ya que
favorece los fenómenos de identificación, a los que tan proclives son los
adolescentes.
Dos
son las enseñanzas que se desprenden. Por un lado, es claro que las conductas
suicidas tienen un trasfondo psicopatológico muy heterogéneo, que se debe
articular con el contexto psicosocial y con la capacidad de comunicación del
individuo. Por otro, que muchos casos de adolescentes pre-suicidas pasan
desapercibidos en los servicios asistenciales o bien su gravedad no es
apreciada. Es aquí donde hay que poner el acento: en muchos casos, los actos
suicidas han estado precedidos de tentativas suicidas o bien de ideaciones
suicidas o actos que suponen una situación de alto riesgo. No valorar de manera
adecuada dichos actos comporta no apreciar una situación de alto riesgo y, en
consecuencia, no adoptar las medidas oportunas para su prevención.
Tentativa de suicidio
Si
bien la frecuencia del suicidio tiene a disminuir, no ocurre lo mismo con las
tentativas de suicidio, que en población joven de los países desarrollados
tiende a aumentar en los últimos años. Se ha constatado que los intentos de
suicidio empiezan a producirse a la edad de 12 años, con un aumento de la
incidencia que alcanza un pico a los 16-18 años. El perfil típico en individuos
que cometen intentos de suicidio es el de una chica, de edad entre los 15 y los
17 años, que lleva a cabo el intento ingiriendo una dosis pequeña o media de un
analgésico o bien algún otro medicamento utilizado por algún miembro de la
familia. El acto tiene las características de un acto impulsivo, es decir, un
acto escasamente reflexionado, que aparece en el contexto de un conflicto
familiar o de pareja. Las manifestaciones clínicas son la irritabilidad, la
agitación, el comportamiento amenazador y un deseo de morir. Algunos autores han señalado dos tipos de intentos de
suicidio. El primero de ellos, que los autores denominaron “maligno”, se
caracteriza por ser un acto impulsivo, muy peligroso, vinculado con una
estructura y un proceso psicopatológicos que han marcado la historia previa del
individuo, y sin que se puedan detectar factores desencadenantes claros. Sobre
este punto, sin embargo, debe ponerse un interrogante ya que los factores
desencadenantes se pueden localizar, siempre que se les busque con la
suficiente atención. Este tipo de acto se caracteriza, además, por comportar
una ruptura del vínculo con la realidad, con el entorno, con los otros. No hay,
por tanto, una llamada al otro, no hay una petición de ayuda.
El
segundo tipo, el “benigno”, se caracteriza por tratarse de un acto compulsivo,
de menor peligrosidad, de características reactivas ante situaciones de cambio
o pérdida, en un contexto clínico de tono depresivo. Aquí, no hay ruptura de
vínculo con la realidad, sino un intento – a veces desesperado – de re-establecer
vínculos con los otros. Es una petición de auxilio, que debe ser escuchada y
atendida de manera adecuada.
Los
intentos de suicidio malignos se desarrollan, en la mayor parte de las
ocasiones, en la calle, sin testigos, lo que es indicativo de que el sujeto
busca un lugar en el que no resulte posible ayudarlo. Por otro lado, la
peligrosidad de los medios utilizados en los intentos de suicidio malignos
indica la búsqueda de la muerte como finalidad primordial. Esta prevalece sobre
otras posibles significaciones en juego.En este mismo estudio se destacan las
diferencias entre los efectos en uno y otro tipo. Así, después de un intento de
suicidio maligno se produce un agravamiento de la tensión emocional y de la
persistencia del deseo suicida. Por el contrario, después de un intento de
suicidio benigno lo que se produce es, a menudo, un alivio de la tensión
llegando a expresar el individuo un cierto arrepentimiento de lo realizado.En
general, en los casos benignos se puede afirmar que algo ha ocurrido, algo se
ha consumado, y ese algo promueve un cambio de dirección y de las perspectivas
del sujeto. A partir de ese momento sus relaciones con el entorno – básicamente
el entorno familiar – y las relaciones con los dispositivos asistenciales
variarán y se darán las condiciones para reconducir la situación, claro está,
siempre que ese entorno esté por la labor de hacerlo.
FACTORES DE RIESGO SUICIDA
Muchos
son los factores de riesgo suicida en los adolescentes. Desde el provenir de
medios familiares desestructurados hasta la presencia de trastornos
psicopatológicos como la depresión o el abuso de sustancias, sin olvidar la
exposición a situaciones de riesgo suicida, como es el caso de haber tenido
problemas con la justicia, todos ellos constituyen un campo heterogéneo que
conviene revisar. Estos factores pueden clasificarse en tres grandes grupos: a)
individuales; b) familiares, c) sociales.
A)
Individuales
Dentro
de los factores individuales cabe destacar los siguientes:
Antecedentes de haber realizado tentativas
de suicidio anteriores. Algunos autores han señalado que aproximadamente un 25 % de
los adolescentes que realizaron un intento de suicidio lo habían realizado con
anterioridad. La tentativa de suicidio multiplica por treinta el nivel de
riesgo. Por otro lado, se considera también que el nivel de riesgo es mayor cuanto
más joven es el suicida
Patología psiquiátrica. Ya ha sido señalado que
una proporción muy elevada de individuos suicidas presentan patología
psiquiátrica. Esta circunstancia también se cumple en población adolescente.
Los estados depresivos, los trastornos de ansiedad, el abuso de alcohol y de
otras drogas, los trastornos de la personalidad y los trastornos psicóticos,
son todos ellos estados psicopatológicos que comportan un riesgo de conductas
suicidas. Sin embargo, los más relevantes son las depresiones, cuya existencia
eleva el riesgo suicida hasta un 27% con respecto a la población general. La
esquizofrenia, clásicamente citada como un factor de riesgo suicida en
población adulta, no desempeña el mismo papel en población adolescente. Ello
puede ser debido, entre otras razones, a que es precisamente en este período
cuando suele iniciarse por lo que no se suelen dan las condiciones que
favorecen el pasaje al acto suicida (por ejemplo, la toma de conciencia de las
consecuencias sociales que tiene el trastorno. El sujeto se ve, de un día para
otro, aislado de su entorno, ve que ha perdido su lugar en la red social)
Factores biológicos. Es ya clásico citar
cierto tipo factores neurobiológicos como los causantes o desencadenantes de
todo un conjunto de comportamientos anómalos. En este contexto, los
desequilibrios en diversos sistemas de neurotransmisores ocupan un lugar
destacado. En consecuencia, no resulta sorprendente que también en el caso de
los comportamientos suicidas se hayan documentado ciertas disfunciones en los
neurotransmisores. La más citada es la disfunción en el sistema serotonérgico.
De hecho, la hipótesis de un desequilibrio serotonérgico constituye uno de los
principales argumentos neurobiológicos del trastorno depresivo, la patología
más suicidógena, sin embargo, dicha hipótesis no ha podido ser verificada en
población adolescente. Quizá más precisa podría ser la correlación entre la Desregulación
de la serotonina y la respuesta impulsiva a un estrés. En este sentido, la
correlación tendría más relación con el factor impulsividad que con el factor
depresión.
B) Familiares
En
el apartado de factores de riesgo inherentes a la familia se han citado los
siguientes:
Existencia de trastornos
psicopatológicos en los padres. En los padres de adolescentes suicidas es frecuente
encontrar trastornos psiquiátricos. Los más habituales son los estados
depresivos y el abuso de sustancias tóxicas. Estos datos son susceptibles de
diversas interpretaciones. Se pueden interpretar en términos de vulnerabilidad
determinada genéticamente, pero también pueden pensarse en términos del impacto
que dichos trastornos pueden ocasionar en el adolescente. Resulta claro que
unos padres que se encuentran en una precaria situación personal, que comporta
para ellos mismos un importante riesgo suicida, no van a poder ayudar a su hijo
a enfrentarse con todo lo que la adolescencia supone, tal y como se ha
explicado en la primera parte del artículo.
Maltrato y abuso sexual. Se ha constatado la
existencia de correlación entre el maltrato en la infancia y la conducta
suicida. Además, las conductas violentas en el seno familiar, tanto si el
adolescente es testigo de ellos como si es víctima, también presentan una
correlación positiva con los comportamientos suicidas.
Otros
factores, como el divorcio o las relaciones entre los padres y los hijos
adolescentes pierden peso específico si se tienen en cuenta tanto los factores
psicopatológicos asociados como los factores de riesgo psicosocial.
c) Factores sociales
En
el apartado de los factores sociales resulta obligada la referencia a la obra
de Durkheim, sociólogo francés que destacó el importante papel de los factores
sociales en el desencadenamiento de conductas suicidas. Este autor resaltó en
su libro El suicidio, de 1897, que el suicidio era un fenómeno mucho más social
que psicológico, ya que, según él, el hombre está desbordado por una realidad
circundante que es la colectividad en la que está inmerso, quiéralo o no. En la
monografía citada, el autor señala la conocida influencia que tuvieron las
crisis económicas sobre el suicidio. Para ilustrarlo citó los casos de Viena,
ciudad que entre los años 1873 y 1874 sufrió una crisis financiera cuyo
correlato fue un incremento de los casos de suicidio del 41% (referido a los
casos de suicidio registrados en 1874 y 1873). Sin embargo, el mismo autor
añadió que dichos incrementos no se podían explicar simplemente por un
empobrecimiento de la población ya que ciertos períodos de prosperidad podían
también acompañarse de incrementos en las tasas de suicidios. Para poder
explicarlos, Durkheim recurrió a la noción de anomia, concepto clave de la
sociología que, sin embargo, ha sido usado con significados diferentes. Así, en
La división del trabajo social, Durkheim concibe la anomia como una ruptura de
la solidaridad. La anomia, en esta primera acepción, es expresión de una crisis
de diferenciación, que es consecuencia de una división del trabajo coercitiva,
que tiene una influencia disolvente en la sociedad. Por tanto, en esta primera
acepción la anomia sería un vacío de las reglas. En cambio, en la segunda
acepción, la que aparece en El suicidio, la anomia es concebida como el fracaso
de la norma para regular los comportamientos individuales. En otras palabras,
la anomia no sería el resultado de la ausencia de normas, sino el hecho de que
éstas hayan perdido eficacia en la sociedad. En este caso, la anomia se
manifiesta como transgresión de normas por parte de individuos que se resisten
a ser integrados en la sociedad. La anomia expresa la incapacidad del individuo
para poner coto a sus deseos y traduce la existencia de un tipo de personalidad
mórbida a la que lugar la sociedad moderna.
Para
Durkheim, el hombre que siempre lo ha esperado todo del porvenir, que ha vivido
con los ojos puestos en el futuro, nada tiene en su pasado que lo consuele de
las amarguras del presente, pues el pasado sólo ha sido para él una serie de
etapas impacientemente atravesadas. Si este hombre que vive con su mirada en el
horizonte, en lo que ha de venir, ve, de pronto, detenida su marcha hacia ese
ideal, se encontrará con que no hay nada ni detrás ni delante de él que le
sirva de soporte. En consecuencia, el desencanto y la depresión pueden hacer
mella en él. Esta es la hipótesis durkheimiana, hipótesis que es preciso
articular con otras aportaciones. Nuestros adolescentes han de enfrentarse,
pues, a un nuevo marco social que les plantean unas exigencias que sólo unos
pocos estarán en condiciones de asumir. Para los adolescentes actuales, la idea
de proyecto tiene escaso o nulo sentido, de ahí que muchos no puedan responder
a la pregunta sobre sus planes para el futuro. De hecho, ni se la plantean más
allá de un ideal de felicidad basado en el nivel económico pero con poca
inversión personal. Es esta configuración social la que constituye un marco que
puede favorecer los comportamientos suicidas, tal como las historias de
adolescentes que han realizado tentativas o suicidios consumados nos enseñan.
En este contexto social emerge un factor que ha ido cobrando importancia en los
últimos años: el escolar. Las dificultades escolares, el llamado fracaso
escolar y, sobre todo, las situaciones de acoso moral en el ámbito educativo,
constituyen factores de riesgo de comportamientos suicidas.
Detección de los comportamientos
suicidas
La
gravedad de los comportamientos suicidas conlleva la necesidad ineludible del
diagnóstico precoz. Además, como ha sido señalado en diversos estudios, del 7
al 15% de los suicidados suele haber consultado en el mes que precedió al
suicidio, y entre un 20 y un 25% lo había hecho en el año anterior. Sin
embargo, la experiencia clínica del día a día indica que, a menudo, en las
consultas previas no se suelen detectar los indicios de comportamientos
suicidas. Además, ciertas ideas ampliamente circulantes entre ámbitos
profesionales están impregnadas de prejuicios, uno de ellos, quizá el más
relevante, es el que se refiere a la comunicabilidad. Según este prejuicio, el
nivel de riesgo guarda una correlación con la comunicabilidad: Si el sujeto
realiza una comunicación indirecta de la idea de suicidio el riesgo es mayor;
por el contrario, si el paciente comunica su idea de suicidio de forma directa
el riesgo es menor. Esto puede cumplirse en algunas ocasiones, así, por
ejemplo, un joven que ha sufrido una crisis psicótica, que ha dejado como
secuela un estado depresivo inherente a la toma de conciencia de lo que dicha
crisis le ha acarreado, puede realizar un acto suicida sin que haya comunicado
previamente su idea. Se trata de un acto suicida que sólo ha sido comunicado de
una manera muy indirecta.
Sin
embargo, esta recomendación general tiene excepciones: un individuo puede
comunicar de manera directa su intención suicida y llevarla a cabo como acto
consumado. Es lo que ocurrió en un centro de justicia juvenil hace pocos años:
un joven magrebí de 17 años comunicó de manera clara su intención de poner fin
a su vida si se llevaba a cabo su repatriación. El acto suicida se consumó a
los dos días. Debe advertirse que ante la generalización de las amenazas
suicidas, el equipo profesional puede tender a interpretarlas en términos de
“manipulación” y, en consecuencia, puede no tomar demasiado en serio los
riesgos. Parece claro, no obstante, que es mejor pecar de prudencia aún
corriendo el riesgo de ser objeto de manipulación.
Aunque
los esquemas pueden pecar de simplicidad, los siguientes puntos pueden servir de
orientación al profesional:
ü La ideación, los intentos
o planes suicidas.
ü El acceso a medios para
suicidarse
ü La existencia de delirios
de negación, de ruina o de indignidad
ü La existencia de elementos
alucinatorios de carácter imperativo
ü El consumo de alcohol y
otras sustancias tóxicas.
ü La historia de intentos de
suicidio anteriores.
ü La historia familiar de
suicidios o de intentos de suicidio
Todo ello se debe completar con una
evaluación de las circunstancias particulares del sujeto así como de sus
posibilidades y de su motivación para pedir ayuda.
En ocasiones, se dan comportamientos
en forma de autolesiones como ingerir objetos metálicos o bien provocarse
lesiones en los brazos y antebrazos con instrumentos cortantes. Si bien estos
comportamientos no constituyen por sí mismos comportamientos suicidas no es
menos cierto que deben ser valorados como graves y jamás pueden ser
considerados banales. Debe advertirse que en bastantes casos, los individuos
pueden llegar a ingerir objetos muy peligrosos que pueden causar importantes
hemorragias internas. En una ocasión, un interno de un centro de justicia
juvenil ingirió dos hojas de afeitar provocándose una grave hemorragia en el
tubo digestivo.
Los
comportamientos suicidas en adolescentes constituyen una situación de extrema
gravedad que requiere la toma de medidas de carácter preventivo. Los centros de
justicia, en general, y de justicia juvenil, en particular, constituyen
contextos institucionales en los que el riesgo de comportamientos suicidas es
elevado. Esto es así debido a la convergencia de diversos tipos de factores de
riesgo. La correcta valoración del riesgo de comportamientos suicidas requiere
preparación técnica y un sólido y articulado trabajo en equipo, marco necesario
para la detección precoz y para la toma de medidas adecuadas. Estas medidas
pueden incluir la derivación del individuo suicida a un centro hospitalario. No
obstante, es preciso añadir que, en ocasiones, el acto suicida se realiza a
pesar de una intervención profesional adecuada y correcta. No debe olvidarse
que en los centros de justicia convergen las tres profesiones imposibles:
gobernar, educar y curar; en consecuencia, no siempre es posible evitar los
efectos de la pulsión de muerte del ser humano. En cualquier caso, de la
desgracia hay que saber extraer las enseñanzas oportunas. Con ello, el equipo
gana en saber y en salud.
BIBLIOGRAFIA
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